TEXTOS

MIÉRCOLES 7 DE MARZO DE 2012

TSUNAMI


El día es soleado. Como cada navidad la familia nos disponemos a comer reunidos. La mesa espera engalanada en la estancia contigua a la terraza que da al jardín. Estamos en la casa familiar, un antiguo caserón que aquí se conoce por casal. A Tana, la gata, la veo inquieta. Lo achaco a la presencia de, para ella, extraños o, quizá, al incidente de la noche pasada. A través de la ventana que comunica con la terraza los pináculos de la catedral rubrican como estandartes de piedra un lugar, una historia, una identidad, un linaje… De pronto la casa tiembla. Es un tiritar suave que va in crescendo. Mi madre y yo nos miramos. La vibración se acompaña ahora de un rumor sordo, envolvente. Por el sky–line hacia oriente aparece una ola inmensa No hay tiempo para nada, el impacto es brutal. Todo y todos somos bruscamente golpeados. Los muros resisten. El agua busca sus cauces, se remansa, redescubre pronto las superficies y reacciono intentando cerrar los postigos de la ventana ya sin cristales. Mi madre a voces intenta impedírmelo. Todo vuelve a temblar. El rumor de antes se ha hecho rugido. La segunda uña de mar, negra, se eleva gigantesca por la izquierda de la catedral. El instinto encaja mi espalda en un rincón. Cuando el agua vacía el escenario estoy solo. Los techos, los muebles, mi familia, todo ha desaparecido con los tejados. Los muros permanecen. Oigo unas voces, son dos jóvenes que deambulan por la vecina azotea. Salto la medianera, me acerco a ellos y echo un vistazo al paisaje. Desde esta atalaya hasta el antiguo cauce del torrente convertido en Paseo han desaparecido todas las casas. El gato negro que la noche anterior saltó de improviso a la terraza, anda acaramelado entre mis piernas con el rabo en alto en señal de interrogación, cosa que, naturalmente, ha erizado de nuevo la espalda de Tana que acaba de aparecer. El antiguo Paseo es ahora una playa. Han desaparecido la catedral, la vieja Almudaina y el barrio de la Calatrava. La costa, retraída a lo que era la calle Unión, también es una playa que se pierde en el horizonte hacia levante. Una vela blanca muy cerca del rebalaje se aleja a saltos entre las espumas de las rompientes. Miro al cielo y una bandada de palomas, sin saber dónde posarse, vuela entre las nubes.

jmf
Palma de Mallorca, 21 de enero de 2006

DOMINGO 11 DE MARZO DE 2012

VALIÓ LA PENA


Domingo. ¡Ay domingo! que sigues al sábado sabadete camisa blanca. Negro domingo. Tremenda nostalgia de aparición maravillada: vuelo en la bici y estás aquí frente a mi casa a un palmo escaso de la primera bocanada, a eso vengo, a vivir belleza; al final de la tarde el sabor, doliente, de la entrañable historia en la plaza, tras mil millas de camino pedaleado, paladeado de mar de luz, de puestas de sol y de canciones, canciones de amor–desamor‒amor cantaba al son de la melancolía y me sentí feliz ¡Ay domingo! ¡Ladrón! que sigues al sábado sabadete… casi noche, negro domingo en blanco y ya te vas, ojo negro que congela mi bicicabriola en el aire, pelo negro, ¿ojos negros? Voz clara, figura blanca con el sol naciente al hombro. Sol poniente, al este por el oeste iré con mi pirueta, alma africana, africada, ceñida, y mañana domingo. ¡Ay domingo ladrón! Granada te rapta –de nuevo Granada mi mora soñada: ¿quieres llevarte un jardín de luna llena? ¿Quieres allanar mi morada eclipsada? “Sí”. Llévatelo sábado sabadito... siempre fue tuyo “que con esta luz tiene su magia”; grácil, tu silueta entre esas sombras románticas eres tú la magia, maga santiagueña, morenita mestiza y mora del Albaicín. “¡Qué silencio!” Nunca fue tan hermoso. ¡Ay domingo! –de nuevo Granada te rapta (y van tres): “Estudié publicidad pero no me gusta…”, vuelo en bici… ¡Silencio se graba! ¡Segundos fuera! Mudo el diapasón del tiempo y la luna llena eclipsada, a eso voy, a vivir belleza, virtud de video clip. Valió la pena.


jmf
3 de marzo de 2012



DOMINGO 17 DE junio DE 2012

F. F. U. del S.


–¿A qué te dedicas José María?
–Soy escritor.
–¿Escritor? –me miró sorprendida.
–Sí.
–¿Y qué escribes?
–Poesías.
–¡Ah!
Estoy en las oficinas de Banco Santander sentado a la mesa de despacho de la joven y esbelta F. F. U. del S. Sobre la mesa, bajo la metopa con su nombre reza el título: Asesor financiero.
Minutos antes me había recibido con un caluroso ¿el señor Feliu?
Tras su "ah", todo cambió. Me miró como a un trastornado, tecleó nerviosa algo en su ordenador y me despachó en un minuto. No me ofreció los suculentos "servicios" de su entidad.
Menos mal.


jmf
2 de febrero de 2013


MIÉCOLES 13 DE NOVIEMBRE DE 2014

Cinda, risueña originaria nativa de Siglo XX, campamento minero de la minera Llallagua (Bolivia), vivió y trabajó dos años en mi casa en España como cuidadora de tía María. En todo ese tiempo, jamás la vi con un papel escrito entre las manos, y, jamás, la oí pronunciar una frase, y mucho menos expresar una opinión, de más de cinco palabras juntas. Callaba, cumplía con dedicación sus tareas domésticas, gestaba su hijo primogénito y dormía la siesta en la butaca de la sala junto a la de mi tía frente a la televisión encendida. Meses después de haber dejado de trabajar y vivir en casa, nacido ya su hijo, la invité a unas partidas de bolos junto a otras amigas de Bolivia. Tras el juego nos sentamos alrededor de una mesa de un bar para beber unas gaseosas. Y la risueña Cinda abrió la caja de Pandora: dictó una conferencia con gran corrección y notables recursos terminológicos sobre la masacre de San Juan que ordenó el "simpático" presidente René Barrientos, como cruel escarmiento por el apoyo de los mineros a la campaña del Che, y que se ejecutó la madrugada del 24 de junio de 1967 aprovechando el estado general de embriaguez tras la celebración de la Noche de San Juan. Habló con gran soltura y dominio de la memoria de la situación de los mineros, sus difíciles relaciones con los patrones y la situación social de aquel entonces y de lo que pasó después. Boquiabierto le pregunté: ¿por qué no me has contado nada de lo que sabes en todo este tiempo desde que nos conocemos? Don José, contestó, ¡usted era mi patrón!
El domingo pasado quiso la suerte que pasara la tarde en el bonito jardín de la casa de la tía Aleja, oriunda de Cercado, Cochabamba, y hermana del padre de mi esposa, en Santa Cruz de la Sierra. Al poco llegó un matrimonio amigo que volvía de Pocoata, pequeña comunidad al sur de Llallagua, norte de Potosí; desde allí, habían cargado con veinte litros de rica chicha de maíz rosada. Le hablé de mi historia con Cinda y nos contó cómo vivió, de niño, aquella trágica noche del 67 en Catavi y cómo, años después, un político y patrón minero, hoy diputado en La Paz por un partido de la oposición al gobierno, le encañonó con su pistola cuando se resistió a que le robaran el oro que había extraído su padre en una mina: -Él sabía que si apretaba el gatillo rodábamos los dos por el barranco... A lo largo de un buen rato me tuvo encandilado por su erudito conocimiento de los acontecimientos que enriquecía su ameno y bien articulado relato, en el que no pude apreciar, por cierto, un ápice de resentimiento, y, también, por su sobrio despliegue del más genuino sentido común.
La tutuma de chicha rondaba de boca a boca inacabable.

jmf
12 de noviembre de 2014

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