CRÓNICAS BOLIVIANAS


I

Primer viaje a Bolivia.

Tarde en el mercado 27 de Mayo. Cochabamba.

Íbamos a por flores para la tumba de su hermano y de su padre. Apilados contra la pared, sobre la acera, ramos variados hacían de aquella esquina una espontánea y abigarrada floristería. La cholita florista se olió que había venta. Observados uno a uno, cada ramo desvelaba su entidad. Su belleza. Con cuatro de ellos acunados en los brazos sorteamos los puestos ambulantes de refrescos, ocas y camotes al horno, jugos de frutas de los Yungas, chicha... y nos perdimos por el laberinto del mercado. Había de todo. Peines de plástico de mil colores, móviles, jabones, sacos de especias de mil sabores... y miradas, muchas miradas. Llegamos a la zona de carnicería. ¡Qué escabechina! Grandes trozos de rumiantes amontonados hasta la altura de un segundo piso, aves desplumadas de todo tipo pendían por el cuello de ganchos de hierro de escalofrío, corta carnes como yunques. La sangre licuada buscaba el canalillo central de los pasillos. Al sortear viandantes procuraba evitar que mis zapatos chapotearan en aquel minúsculo Nilo de plaga. Olor indescriptible. Espeso. El gran festín para las moscas que se nos adelantaban en el apetito. 
En un matadero, mi estómago tiene ojos y mi corazón ayuno.


27 de junio de 2011
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I


Segundo viaje a Bolivia. 


Llegada a Cochabamba.


La cholita ocupa su asiento del avión encajando en él su amplia pollera de terciopelo verde y enáguas, se ajusta el cinturón y desconecta el móvil. Con gracia echa hacia atrás el amplio sombrero blanco de paja para apoyar su cabeza sobre el respaldo. Aferra sus dedos a los apoya-brazos como temiendo salir disparada en cualquier momento. El vuelo es tranquilo. La voz del comandante anuncia la próxima llegada al aeropuerto de Cochabamba: “Cinco grados de temperatura y buen tiempo”. Una sorda exclamación general precede a cortos comentarios sotto voce entre los pasajeros. Parece que se confirman los pronósticos: este invierno es especialmente frío en Bolivia.

Después del bochorno húmedo de la noche pasada en el aeropuerto de Viru-Viru de Santa Cruz, la bocanada de aire limpio, puro y seco, al salir a la escalerilla del avión tuvo un efecto inmediato: ¡me siento vivo!


“Vengo dos veces al año veintitantos días, soy suizo, de Zúrich. Ahora voy a Oruro y a los Yungas”. Quien habla es un hombre con cierto el aire circunspecto de bon vivant, pero sin la estirada arrogancia primermundista. Aparenta mi edad: sesenta años. Pelo cano, camisa blanca, vaqueros nuevos, mochila negra a la espalda y en los pies unas Nike correteadas. Estamos junto a la cinta transportadora atentos a la aparición de las maletas. La boca global con dientes de goma todavía no ha regurgitado nuestro equipaje por lo que cruzo los dedos ante mi casual compañero de viaje que me devuelve el gesto con una leve sonrisa de complicidad. Al otro lado de la cinta la cholita del avión sigue absorta en las teclas de su reactuvado "celular".
‒“Veo que te gusta este país”le digo al suizo.
‒“¡Es fantástico!”contesta, olvidando parcialmente su hieratismo helvético.

Por una de esas coincidencias que tan a menudo se dan en nuestra vida, estoy junto a otro oriundo del país alpino, Jean Claude, un muchacho de dieciséis años que acababa de conocer en el aeropuerto de Barajas de Madrid. Alto, espigado, sus finos modales y suave forma de expresarse me habían recordado inmediatamente al joven Tadzio de “Muerte en Venecia”. Hijo de una exazafata boliviana y de un suizo vive con sus padres en Zúrich. Su pasión es la música. Dada su edad, me sorprende su erudición sobre Keith Richards y los Rolling Stones. Viene a Cochabamba a ver a su abuela acompañado por su guitarra española. Ante la procesión de maletas no oculta un cierto nerviosismo por la suerte que puede haber corrido su guitarra. Aparece por fin sana y salva y los tres sonreímos aliviados. Nos despedimos antes de dirigirnos a las ventanillas para cumplir con los trámites aduaneros.  
Con la mirada busco a la cholita pero ella y su celular han desaparecido.

Resuelto el papeleo de entrada, paso a la sala de llegadas y entre un vocerío de emocionados encuentros puedo oír la voz familiar de mi tocayo y amigo José que, con la concisión típica de esta tierra, ha exclamado mi nombre. Él es el novio de la boda que me ha traído hasta aquí. Llevaba dos horas esperando mi llegada. Son las 7:30 de la mañana.


Salimos a la soledad de la explanada del parking. El tibio sol y la hospitalaria acogida de José, me abrigan del intenso frío de esta mañana a 2.570 metros de altura sobre el nivel del mar.

Cochabamba me ha recibido como es: cálida, luminosa y amable.


Cochabamba, 19 de julio de 2011


Los Yungas


-¡Vas a morirte de calor! En la selva tienes que ir en bermudas...
En la bonita plaza principal de Caranavi hay una tienda de ropa imponente, un almacén, un gran bazar se podría decir, y ahí encontré las oportunas bermudas.

A los dos días llegamos a la ribereña Rurrenabaque. Y nos entró el "surazo húmedo": viento y lluvia fina procedentes de la pampa argentina y mucho frío.
De vuelta de la comunidad indígena de Asunción de Quiquibey, en plena amazonía y pasado ya el "surazo", nuestro guía Carlos estrenaba ufano por las calles de Rurrenabaque las imprescindibles bermudas de Caranavi. Pintaban mejor en él.

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